sábado

Historia de una ida.

Un viajero errante, anacoreta, se detuvo una vez en un pueblo, necesitaba agua y alimento para poder continuar. Al primer día no logró encontrar trabajo para comprar sus víveres, por lo que tuvo que pasar la noche en casa de un desconocido, quien admiraba la vida de los viajeros eternos; tiernamente le abrió las puertas de su casa. Al día siguiente, buscando trabajo en la feria, conoció una mujer… con el tiempo se enamoraron profundamente. Se casaron.

Años después en el mismo pueblo, un buen amigo, quien le había brindado asilo su primera noche ahí, le preguntó: “¿No extrañas tus viajes, tus aventuras, esos lugares desconocidos a los que ibas, o lo inesperado que pudiera suceder?”. Esbozando una sonrisa, el hombre contestó: “Una vez que llegué a la cima de esa montaña, al fin encontré lo que buscaba y pude seguir subiendo".

viernes

El vago

"Que simpático dueño de las calles”, pensaba mientras no podía despegar mis ojos de la holgura con que dormía, él, que pide limosnas sin hablar, que sobrevive acompañando a su reflejo, que se conforma con ese poco de cariño que le puede entregar una piedra o un palo perdido. Que comenzó su vida trashumante apenas nacido, que ha vivido inviernos más áridos y veranos más inundados de soledad, que ladra con fiereza pero moviendo su cola, esa cola que arrastra cuanta pelea y arranque puedas imaginar.

Entonces despertó, me observó durante un par de segundos, y corriendo tuve que partir para evitar que esa vez, que también movía la cola mientras me perseguía, no fuera con motivos tan amigables como los que pensé antaño.