viernes

Un minuto en la cabeza de William Blake

Blake entendía cada vez menos el giro que había dado su vida, pasando de ser un tímido, común y corriente contador de Cleveland, al asesino múltiple y fugitivo más buscado del pueblo de Machine en el oeste de Norteamérica. Menos entendía cómo había llegado a su situación actual, cabalgando semi inconsciente y sangrante, en un caballo robado, al lado de un Indio que se llamaba “El que grita mucho y no dice nada”, pero que prefería le llamaran simplemente, Nadie.

Las heridas de bala en el hombro de Blake demostraban lo crudos que podían llegar a ser esos duelos de pistolas en el viejo oeste, fríos y veloces, desgarradores y súbitos; era tan simple como un disparo de cada uno, si tenías suerte disparabas primero, y acertabas, salvabas tu vida, Blake desconocía esas despiadadas reglas, pero ahora se había transformado en un experto en ellas.

Ahora miraba al cielo, y se cuestionaba entre otras cosas, por qué este no se movía mientras avanzaba sobre el caballo que tiraba Nadie, o por qué no le comentaba a éste sobre el malentendido entre su nombre, William Blake, y el poeta Inglés ya fallecido a quien Nadie creía que ayudaba en ese momento. La vida se las había ingeniado para generar tanta confusión, tanta alucinación en menos de veinticuatro horas que incluso llegaba a dar igual lo que pasara en el próximo minuto.


Nadie mientras, le recitaba a su moribundo compañero extractos de los poemas del fallecido William Blake, y este, sin entender nada, se limitaba a observar el inmóvil cielo.


William no entendería hasta unas horas más que el indio quiso ser su guía espiritual hacia el viaje que una bala comenzaría, terminando, simplemente, solo en una canoa. El inevitable destino del ex-contador, cada vez se hacía más notorio, así como el insistente pedido de Nadie a Blake por tabaco, desconociendo por completo que ese, era un regalo que los indios les dan a los que están por morir, un símbolo para que su viaje se realice en paz y su espíritu se eleve sobre las montañas desiertas del Oeste Norteamericano. William no lo sabía, pero lo sabría.
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N.del A: Cuento basado en la película Dead Man

La nieve

Son tan pocas las veces que ha nevado en esta ciudad, que siempre resulta llamativo presenciarlo… sin embargo la intensa nevazón que cayó ayer, especialmente durante la noche, fue gigantesca y heló mucho más de lo que todos esperábamos.

Durante la tarde, el frío se convirtió en múltiples agujas, que lenta y profundamente atravesaron los huesos de mis piernas, sin embargo, y a pesar de las predicciones generalizadas, solo llovía. De vuelta del trabajo, comenzaron a aparecer esas gotas que suelen llegar al vidrio del auto desplomándose en múltiples gotas pequeñas… de a poco comenzaron a caer cada vez más lento, y en vez de estrellarse contra dicho vidrio empezaron a depositarse suaves, relajadas, como cuando estás cansado, te echas sobre un sillón dejándote caer y te desparramas por los bordes suspirando un “al fin”. Al llegar a casa, los pastos ya se encontraban emblanquecidos, los árboles mostraban sus frondosas canas y el cielo azulino común de la noche, se había transformado en un tono violeta iluminado por la luna llena que reflejaba desde atrás, era un telón, y lo que estaba viendo, sin duda, era una función maravillosa, una puesta en escena perfecta, donde cada copo tenía su posición, su lugar en el escenario de la ciudad. La obra trataba sobre el poder de la naturaleza, que sin odio, nos demostraba que si quisiera podría cubrirnos por completo, me parece extraño que no haya decidido hacerlo, pensando en todo el daño que le hemos provocado; debe ser porque ella también se comporta como una mujer enamorada, que no puede odiar, y perdona pensando que es parte de la maduración, del crecimiento, o del simple aprendizaje del otro.

Entonces entraste tú. Parecías una poesía con tu abrigo y tu pelo que al fin mostraban tu aura blanca gracias a la nieve. Tus ojos hermosos reflejaban el placer que te daba presenciar la función que observaba gratuitamente toda la capital. Pero sonreíste con la misma calidez de la noche… querías conversar conmigo. Poco a poco el frío se hizo más intenso, ya no sentía los dedos ni la nariz, te escuché hablar de tiempos más cálidos, de abrazos que ardían, de besos capaces de prender fuego sobre cualquier cosa, pero que ya no sentías, que desde hace tiempo ya no estaban. El tiempo sin vernos pasó la cuenta, mientras afuera el gris de la calle había mutado en un blanco velo, virgen.

Cuando mi cuerpo entró en calor noté que tampoco había sentido mis mejillas, las cuales recogían las lágrimas que germinaban en mis ojos, descolgándose de mis pestañas. Tus ojos hermosos ahora reflejaban un cariño enorme, que ya no era amor, tus lágrimas comenzaron a caer cada vez más lento, y en vez de estrellarse contra el vidrio, desplomándose, empezaron a depositarse suaves en mi conciencia... comenzaste a nevar.

Son pocas las veces que ha nevado en esta ciudad, pero la nevazón de ayer, y que hoy aparece en todas las noticias mostrando el hielo, el frío de la gente, fue especialmente gélido… para ti, para mí, y probablemente para la nieve también. Los inviernos son más crudos, cuando sus mañanas se bañan en la más fría soledad.

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N. del A: -Este cuento está dedicado a la Danito, mi Danito... Entiéndase que es "basado en hechos reales", pero que es solo "basado".
- Gracias mi niña por todo, por las sonrisas, los regalos, el aprendizaje, por lo que fui contigo, por lo que fuiste conmigo. Te quiero mucho.