sábado

El ingreso

...Levanta la mirada y observa el frontis del ominoso castillo, detrás, el cielo comienza a adoptar tonos anaranjados y violetas. Siente que se le entumecen las manos, no teme.

...
Apenas pisa la puerta levadiza, ésta comienza a empinarse, haciendo rechinar las tirantes cadenas y crujir la vieja madera remachada que forma esa entrada gris, oscura como las cuevas de los murciélagos. Simon, con su temple de acero, continúa caminando a igual velocidad a pesar de la creciente pendiente, al atravesar el gigantesco umbral nota que nadie tira de las manivelas, -La puerta se está cerrando sola... hasta eso está endemoniado- piensa.

...Al pisar la primera piedra del inmenso antejardín, escucha como la gigantesca puerta se termina de levantar, generando un ruido sordo, sellado, y dejando completamente muerta la opción de volver a salir. Solo la reciente luna llena y unos cuantos candelabros iluminan el camino de entrada. Al dar el segundo paso siente un temblor en los pies, nota algo por el rabo del ojo, mira raudo a su izquierda y ve como, de súbito, se levantan unas rejas metálicas de varios cuerpos de altura, y en ellas, se montan desordenadas enredaderas que parecen querer llegar a las estrellas cuanto antes, como si quisieran huir de ese castillo maldito. -Entre la puerta levadiza abrumadoramente cerrada, y las rejas empinadas a ambos lados de este pasillo, no me queda más opción que ingresar al castillo por la entrada principal- concluye con rabia, Simón aprieta el látigo enrollado de su mano derecha, mientras con la izquierda se aferra a la pequeña bolsa que contiene el rosario bendito que esa tarde le había regalado aquella extraña gitana, y decide seguir caminando. Mientras, al fondo, ya comienza a abrirse por si sola la puerta principal, develando dos profundos ojos rojos que lo esperaban desde la inexorable distancia.

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N.del A: Alegoría de mi presente.