La manzana
...Sin tener muy claro si estaba soñando o no, Carlos decidió coger el fruto recién caído del árbol.
...Era una manzana preciosa, con esa forma llena de curvas, amplias en la parte superior, convexa hacia el inferior, terminando en un sutil botón como base, voluptuosa, de un rojo mate cautivante, con pequeñas y sutiles pintas negras envolviendo cuidadosa y elegantemente su cáscara. Su frescor y aroma parecían llegar directamente a la zona donde se producía el más profundo bienestar… la felicidad. Embelesado, cerró los ojos y acercó su boca para sentir el primer bocado de una fruta que parecía ser sacada directamente del jardín de Dios.
...Su interior era maravilloso, su textura y temperatura eran perfectas, su sabor, delicioso. Era todo y más de lo que esperaba. Carlos inhalaba e hinchaba el pecho respirando profundamente, quería ser absolutamente consciente de aquel momento, para no olvidarlo, jamás.
...El sabor a sal comenzó a cubrir todo el interior de su mandíbula, poco a poco la textura se convirtió una pasta descomunalmente desagradable, que se metía entre sus dientes, y se adhería a las encías, se expandía dentro de él. La sal se fue transformando en amargura, profunda e incontenible. La pastosidad impedía que abriera su boca para escupir el pedazo; haciendo una mueca horrible abrió los ojos y observó la manzana de su mano, que chorreaba como una grumosa gelatina verde y café hasta sus muñecas, de donde salían gusanos y arañas que se descolgaban recorriendo su brazo.
...En un gesto de desesperación Carlos comenzó a agitar su mano, liberándose poco a poco de la asquerosidad que la cubría y de las espantosas criaturas. La manzana lloraba, y Carlos, asqueado, logró finalmente escupir el amasijo vomitivo que llenaba su boca por completo.
...Nunca logró volver a sentir el sabor de las cosas en su delicia máxima, como antes lo hacía. Esa amargura le llenaría la boca y tañería cada alimento que Carlos llevara a su boca, para siempre.