lunes

Mario

Mario estaba molesto, no tenía claro por qué, pero tampoco le daba mucha importancia, ya que desde hace un tiempo era común que se ofuscara sin motivo al menos una vez al mes, además creía que a todo el mundo le pasaba lo mismo.

Mario no podía sacar a esa mujer de su cabeza, antes había sido tan sencillo, con las otras, simplemente un día le gustaban, al otro le encantaban, y al siguiente ya le gustaba otra (sobre todo por su fama de enamoradizo) pero por algún motivo, simplemente no se podía sacar a esta muchacha, ella tenía un trato con él de afecto e indiferencia, y eso a él más lo confundía, ella pololeaba y hacía poco que se había mudado para vivir con “ese desgraciado” como le llamaba en sus pensamientos.

Mario no podía creer en lo que se había metido, que simplemente le gustara tanto, y no pudiera olvidarla, que no le pudiera gustar cualquier otra… ¡cualquiera!, no paraba de preguntarse ¿y si ES ella? En eso, de golpe le hizo sentido una frase, y como pocas veces en la vida, simpatizó con el lenguaje norteamericano, razonó acerca de eso del “fall in love”, diferente a “enamorarse”, mucho más profundo, ya que aquí “caes en el amor”, “caes enamorado”, aunque él no quería asumir si lo estaba o no, y no le gustaba preguntárselo, lo ponía incómodo, molesto.

Mario, mientras avanzaba por la vereda, pensaba que cuando uno cae puede ser por un tropiezo, porque uno no se cae solo, es porque algo o alguien lo provocó, a veces por intentar hacer algo que no sabías si eras capaz, buscando probarte ante un desafío, pero nunca por si solo, a veces por desconcentrado, pero no en situaciones normales, a veces otro(a) te empuja con algún fin, y te puedes caer al piso, pero puede llegar a ser más, te puedes caer a un precipicio y no subir más. “Caer” pensaba Mario -“Quitarte de mi vida lo podría hacer fácilmente, pero al sentir tu olor… mujer, ¿qué has hecho conmigo?”- y hundiendo su pie izquierdo en un pequeño desnivel de la vereda, tropezó, se acordó de lo molesto que andaba, frunció el ceño, siguió su camino, y pensó en otra cosa.

Estás

Tengo tu olor en mis manos, lo que indica que fue una sabia decisión tomar tu cuello al despedirme de ti. De alguna forma estás en la punta de mis dedos, así como por culpa del impertinente beso que intenté robarte después, mi trasero está en la punta de tus botas de taco alto.

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N.del A: ¿Comedia?

Se me olvidaba...

Puesto sobre la cómoda frente a tu cama, cuido tus sueños y observo tus despertares.

Me ha tocado verte bañada en pasión, sumergida en lágrimas, ahogada en rabia, y navegando en momentos disímiles que no encajan entre si.

En todos tus polos he querido abrazarte, estar contigo, ser yo aquel que te provoca ganas tan ocultas que incluso desconocías de ti misma.

Pero no puedo tocarte, no puedo besarte a través del plástico que me envuelve, a través del plástico que soy.

Cuando me tomas en una de tus manos, revuelves mi mundo como tantas veces ya lo has hecho. Se levanta la nieve, y mientras cae, aprovecho de derramar un par de lágrimas en tu honor, que nunca verás descolgarse, pero que sabes que están, por eso te da nostalgia cada vez que me ves.
















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N.del A: Sugiera su título.

jueves

A tres metros de distancia

...Felipe se encontraba recostado sobre la cama a unos pocos pasos de la puerta de su habitación, la luna llena entraba en esa fecha por la ventana del costado, iluminándola… Sin embargo, y a pesar que la observaba fijamente, su mente estaba en otro lado, mucho más lejos.

...Los tres metros de distancia, entre su cama y la puerta, sólo graficaban la real distancia entre él y Antonia; eran tantos los kilómetros de separación como pensamientos de ella llegaban a su cabeza por minuto; y ahí estaba dicha puerta, cerrada, inmóvil, estática, tan quieta que incluso provocaba una leve tensión en el solitario ambiente.

...Suspiró por última vez y decidió ir por ella, sin importar la distancia o la dificultad. Se sentó poniendo ambos pies descalzos en el suelo de madera, se levantó sintiendo el peso de su cuerpo sobre el piso. La puerta ya estaba un poco más cerca – “No te ves tan grande ahora”– pensó. Cuando dio el primer paso sintió los dedos de los pies como verdaderas piedras, toscos y pesados, no logró levantarlos. Hizo un segundo intento, con mucha más fuerza, cuando escuchó el tronar de esos dedos que, pegados al suelo, ahora podían observar la pierna que se había apartado de ellos. Felipe no podía creerlo.

...El paso ya había comenzado y necesitaba seguir avanzando, intentó saltar con el otro pie pero éste no se despegó del suelo, desequilibrándolo aún más y provocando que apoyara directamente el tobillo hecho pedazos en el suelo. El dolor fue inmenso, sólo comprable al que sintió cuando su otro pie, al levantarse por el impulso, también se partiera en dos, como si su cuerpo estuviera compuesto por una delgada lámina de hielo.

...Cayó de rodillas a un par de metros de la maldita puerta que en silencio también observaba la situación.

...Al continuar avanzando, sus pantorrillas se pulverizaron, lo que lo obligó a apoyar sus manos en el suelo. Arrojó un grito de dolor como el que nunca había lanzado y, perdiendo nuevamente el equilibrio, intentó reacomodar sus manos en el suelo, provocando otra fractura más en su cuerpo que se desangraba; Felipe había perdido ahora ambas manos y sus muñecas.

...Mareado, adolorido, y a un poco más de un metro y medio de la puerta, intentó empujarse con los muslos, que también colapsaron, botando sus caderas al suelo. El golpe fue tan grande como el aullido de sufrimiento, Felipe no se explicaba por qué nadie había subido en su ayuda.

...Forzó sus brazos para moverse hacia adelante, desprendiéndose de ellos por completo. Su cabeza golpeó el suelo de tal forma que la madera se quebró en el lugar del impacto.

...Así, sin extremidades y sólo con la fuerza de su cuello logró que la cabeza moviera su cuerpo en dirección al, ahora gigantesco, objetivo. Su torso se disolvió como arena, desgarrando su piel, desapareciéndolo poco a poco, destrozando también su mentón y el costado de la cara que apoyaba para avanzar. Felipe no se rindió, pero tampoco lo logró.

...Miles de kilómetros separaban la puerta de la cama de Felipe, pero no tantos como emociones de desolación sentía desde que ella había partido.

domingo

Un paseo de tibia tarde

Detente donde estás, cierra los ojos lentamente, comienza a escuchar el agua calma y sin corriente acariciar los muros de piedra.

Siente la música de una ciudad dividida, donde el tiempo se ralentiza, donde sus habitantes se tiñen con la paz y belleza de los canales. Y claro, si éstos son como venas, recorriendo erráticas sus propios interiores, pero llegando a todos lados, empapando la urbe con su esencia.

Un golpear delicado y pausado indica lo cerca que estamos del punto de partida de las góndolas, la madera cruje, los remos lamen el agua, y el gondolero sonríe, como tú ahora.

No abras los ojos y déjame llevarte a ese lugar, que tanto quiero para los dos, con esas construcciones llenas de sabiduría, de historias que contar, de noches eternas, pletóricas de alegrías, llantos, sangre y carnaval. Escucha como te hablan, como te cuentan su historia, como yo ahora.

Déjame abrazarte profundamente en este lugar, déjame besarte largamente de pie junto a uno de los tantos canales, y que ellos nos vean felices, como tú, como yo, como ahora.
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N.del A: Sueño que se repite.

martes

Insomnio

Aburrido de escribir sobre sueños, quiero contarles un cuento acerca de la realidad. Una realidad en la que el amor deja de ser bienvenido, aunque eso no le quite lo imprudente.

Eran cerca de las 4:00 am y Felipe, a pesar de lo cansado que se había recostado, no conseguía pegar un ojo, simplemente no lograba dormirse. Luego de leer, pensar, y darse muchas vueltas por las sábanas, decidió tranquilizarse y respirar. Se levantó para abrir las cortinas de su habitación, tenía una bonita vista, vivir contiguo al cerro le permitía sentirse en el campo cada vez que lo necesitaba. Ahora era una de esas ocasiones.

La noche estaba algo fría, pero Felipe se encontraba cobijado por sus frazadas, y desde su calor, observaba hacia fuera intentando no pensar, simplemente concentrándose en su respiración. De súbito, y sin tener ningún motivo aparente, comenzaron a salir lágrimas de sus ojos, no las contuvo, dejó que brotaran, que tropezaran cabizbajas por su rostro, que picaran, y que aterrizaran sin fuerzas en su almohada.

En eso, comienza a ver unos reflejos en la ventana, como de cristales que pasaban haces de luz a través de los vidrios. Felipe se concentró, quería saber de dónde venían esas ráfagas. No pudo creerlo, volvió a observar con atención… era cierto, pero muy improbable, tanto así que si le hubieran dicho que existía esa posibilidad, él habría asegurado con su vida que no, pero ahí estaba, tendido, observando, cuando a las 4:37 am las estrellas estaban llorando desde su ventana.

Desconcertado, no quiso atribuir ninguna explicación lógica a lo que estaba viendo, tampoco quiso cuestionarlo o cuestionarse, simplemente se encargó de ser un espectador de un evento del que, estaba seguro, nadie más se estaba percatando.

Las estrellas lloran cuando nadie las está mirando… pero hasta las estrellas se equivocan.

Desde el otro lado del cerro, ella también observaba llorar a Felipe, y nostálgica le regalo esa única estrella que ya no derramaba lágrimas, pero sólo porque fue la primera en liberarlas.
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N. del A: Debo ser sincero, este relato no me gustó como quedó, pero siento la necesidad de comunicarlo. Me gustaría saber que le(s) parece (y así me entero de pasada si alguien lee este blog).¡Gracias!

miércoles

I

Diez dedos acercándome tus caderas.
Asiéndonos.
Nueve caricias tuyas en mis cabellos.
Persuadiéndonos.
Ocho miradas que no necesitan palabras.
Confirmándonos.
Siete susurros suaves en tu oído.
Encendiéndonos.
Seis horas asimiladas de absoluta libertad.
Elevándonos.
Cinco árboles rodeando nuestros cuerpos.
Observándonos.
Cuatro piernas entrelazadas.
Arrimándonos.
Tres escalofríos que te recorren cada minuto.
Inquietándonos.
Y dos bocas besándose sin control.
Convirtiéndonos
en Uno.

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N. del A: Formato prestado (gracias Marcel)

domingo

Algo extraño

Hoy pasó algo extraño.

Era un lunes cualquiera y como era común, aún faltaban unos segundos para que sonara la alarma, pero yo ya tenía los ojos abiertos. Lentamente comencé a sentir mi cuerpo despertar… lentamente también, me levanté.

Estaba nublado.


Camino al trabajo comenzó a lloviznar, primero muy despacio, luego un poco más fuerte (pero sin llover)… creo que el agua de verdad quería hacerse esperar, todos sabían que vendría, pero no aún. Cuando llegué a la oficina pasaron unos diez minutos y se desató un diluvio imparable, súbito, y mostrando su poder, se convirtió en el evento principal que buscaba ser.


Tomó un tiempo, pero finalmente esta lluvia comenzó a caer en todos nosotros, quienes estábamos secos y protegidos por fuera, pero poco a poco nos inundamos en nuestro interior, y cada vez más silenciosos, nos sumergimos, nos cerramos.


Esperé durante toda la mañana nuestro clásico encuentro… y sucedió, sin embargo no resultó todo lo bien que esperaba… o que yo esperaba… no me gusta esperar cosas, no me gusta esperar gestos. La lluvia cayó un poco más fuerte en mí.


Lo notaste.


Un par de horas más tarde hiciste un gesto que jamás habría esperado, un regalo, una sorpresa. Mostraste un interés inmenso por saber qué me pasaba, por conocer el motivo de mi silencio.


Con tu hermosa sencillez y cercanía me ofreciste salir a dar una vuelta, y a pesar de las responsabilidades no pude decir otra cosa que “¡sí claro, vamos!”. Corté los alambres de mis dedos, y creo que no lo notaste pero tomé dos segundos tu mano… hablamos de todo y de nada, nuevamente arreglamos el mundo.


Y fui feliz.


Mientras caminábamos por nuestra propia película, dejé caer las gotas de lluvia sobre mí, las sentí, las disfruté… Desde luego también aprovechaba de ver como otras, mucho más inteligentes, se peleaban por caer en ti, por rozar tu cuerpo, deslizarse por tu dulce frente, recorrer tu abrigo, pasar cerca de tus ojos, tus labios, y descansar plenas en tus bolsillos. Creo que es la primera vez que la envidia me hace sonreír.


Entonces ocurrió. Poco a poco las gotas disminuyeron el apuro raudo con que caían, mansamente (pero sin detenerse) bajaron muchísimo su velocidad, se volvieron ligeras, comenzaron a acumularse justo antes de llegar al suelo, lentamente giraron, y empezaron a subir, cayendo hacia arriba, emprendiendo el vuelo, llegando a obtener la misma fuerza de antes, pero directo al cielo, no fuimos los únicos en notarlo, pero sin duda sí fuimos los primeros.


¿Sabes que sucede cuando llueve como siempre? No solo caen gotas, también caen ánimos y cejas, ceños, hombros, pasos y estados. Todo se nubla y se cierra un poco. Pero cuando llueve hacia arriba pasa algo distinto… exactamente lo contrario, los ánimos se levantan, al igual que las miradas, se purifican las frentes, te yergues para caminar, se ilumina tu rostro, se despeja en tu interior, y lo demuestras.


Hoy pasó algo extraño, y estoy seguro que fue por ti. Por tu capacidad de cambiar el clima no solo me permitiste ver la poesía de tu rostro mojado, sino que además feliz. Cuando llueve hacia arriba, uno recuerda que más allá de los eventos, uno siempre termina por sonreír.


Gracias.

miércoles

Conditionis

...Cuando nada había, nada se sabía. Todo era plenitud, había cosmos y caos conviviendo simultáneamente. Dicha.

...Entonces la Luz, sin que nadie la invitara, nació. –“Bueno, así acontecen los grandes eventos, por error”- comentó la Voz, quien sin darse cuenta, al decir eso, también germinó en el universo. Así se creo la forma y el verso.

...Tú bien sabes que con eso basta para que lo demás llegue por si solo, Figuras y Poesía son la base, el núcleo. Nació lo Principal.

...Después apareció el Horizonte, la Manifestación, las Telas, el Sol, los Planetas y la Vida; con ello Dios y las estrellas.

...Al poco tiempo el Mar le dijo al Cielo: -“Cuando muera, quiero que me cremen y esparzan mis cenizas por la tierra”-. Y la Belleza cubrió el Mundo.

...Luego aparecieron tus ojos, y todo dejó de existir… nada más fue interesante… pero algo te puedo asegurar, cada cosa hermosa que nació del universo, dejó un poco en tu mirada. Es por eso que mirarte basta.

sábado

Antonia

...Soy un tipo tranquilo, disfruto ser parte de lo que todos llaman despectivamente como “el montón”. Prefiero una vida calmada donde mis altos pueden observar a simple vista mis bajos, donde mis pasos no dejan huella.

...Soy un tipo tranquilo, y ella también… ¿en qué momento entonces ocurrió? No tengo la menor idea. Antonia no era de cuerpo muy agraciado, ni tampoco tenía ese andar sensual del que hablan las canciones, pero Dios sabe que realizó su mejor trabajo cuando hizo esos ojos, grandes, pardos, almendrados, expresivos y sinceros. Cuando la veía directo a ellos sentía que me conocía por completo, y que a la vez se entregaba desnuda para conocerla yo también. Esos ojos grandes, sonrientes, que gritaban por conocer a un hombre distinto a mí, y que de hecho habían conocido hace un par de años, ella le llamaba ante mi como “marido”, curioso… justo como mi señora me llamaba a mi ante terceros.

...No se si alguna vez Margarita tuvo esa mirada, no se si me enamoré de ella por eso, pensándolo bien, no se si alguna vez me enamoré de ella en verdad o fue por apuros y presiones sociales… Pero lo que si se, es cómo, cada vez que me acerco más de un metro y medio a Antonia, dejo de caminar y comienza un deslizamiento suave y tranquilo, levito. Cualquier excusa sirve para observar más allá de ese par de habitáculos que nos separan, ya sea pasar innumerables veces al baño, u ofrecerme para arreglar algún problema computacional que nunca supe como corregir, todos eran viles pretextos, y ella lo sabía.

...Un día, me acerqué lo suficiente como para sentir mi ritmo cardíaco bajar a cero; y así, levitando y con el corazón detenido, noté como me miró con sus labios, surcados por un brillo que contorneaba esa hermosa boca entreabierta.

...La luz hizo su parte regalándome aquellos fulgores y sombras en los que me perdí, mis compañeros de trabajo hicieron lo suyo al desvanecerse como si nunca hubieran existido, y la oficina, al convertirse en viento y cielo.

...Me dijo que le simpatizaba, no, que en verdad estaba interesada en mi, que quería mi teléfono, que nos viéramos después… ¡a mi! ¡Un tipo común y corriente!... no logré forjar palabra.

...Esos ojos… esos preciosos labios… Antonia era hermosa y lo sabía, tenía ese caminar sensual del que hablan las canciones… pero yo… yo no.

...Nunca le pude volver a dirigir la palabra, tampoco pude volver a acercarme.



...Ahora, cada vez que beso a Margarita, ruego por abrir los ojos y encontrarme de frente con Antonia, despegarme lentamente de esos labios, sentirla sonreír… pero no es así, y así me gusta porque yo… yo soy un tipo tranquilo.

El ingreso

...Levanta la mirada y observa el frontis del ominoso castillo, detrás, el cielo comienza a adoptar tonos anaranjados y violetas. Siente que se le entumecen las manos, no teme.

...
Apenas pisa la puerta levadiza, ésta comienza a empinarse, haciendo rechinar las tirantes cadenas y crujir la vieja madera remachada que forma esa entrada gris, oscura como las cuevas de los murciélagos. Simon, con su temple de acero, continúa caminando a igual velocidad a pesar de la creciente pendiente, al atravesar el gigantesco umbral nota que nadie tira de las manivelas, -La puerta se está cerrando sola... hasta eso está endemoniado- piensa.

...Al pisar la primera piedra del inmenso antejardín, escucha como la gigantesca puerta se termina de levantar, generando un ruido sordo, sellado, y dejando completamente muerta la opción de volver a salir. Solo la reciente luna llena y unos cuantos candelabros iluminan el camino de entrada. Al dar el segundo paso siente un temblor en los pies, nota algo por el rabo del ojo, mira raudo a su izquierda y ve como, de súbito, se levantan unas rejas metálicas de varios cuerpos de altura, y en ellas, se montan desordenadas enredaderas que parecen querer llegar a las estrellas cuanto antes, como si quisieran huir de ese castillo maldito. -Entre la puerta levadiza abrumadoramente cerrada, y las rejas empinadas a ambos lados de este pasillo, no me queda más opción que ingresar al castillo por la entrada principal- concluye con rabia, Simón aprieta el látigo enrollado de su mano derecha, mientras con la izquierda se aferra a la pequeña bolsa que contiene el rosario bendito que esa tarde le había regalado aquella extraña gitana, y decide seguir caminando. Mientras, al fondo, ya comienza a abrirse por si sola la puerta principal, develando dos profundos ojos rojos que lo esperaban desde la inexorable distancia.

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N.del A: Alegoría de mi presente.

martes

Relato de un poeta matón

Pareciera que la Sonrisa hubiera elegido
tus labios para posarse y florecer.

Pareciera que mis manos se hubieran tallado, para
encajar en cada milímetro de tu piel.

Es como si a partir de tus ojos hubieran hecho el modelo
para hacer todos los demás.

Es como si tus pechos se abrieran ante mí,
demostrándome la naturaleza de tu perfección
para ti imperfecta… adorable.

Tengo la real sensación que el piso debe llegar al sol
y volver con cada paso que le regalas, mil orgasmos
que hacen temblar la base de lo que somos.

Tengo la real sensación que el cielo, al cansarse de volar,
da a parar a tus muslos, y ahí descansando
recuerda porqué antes volaba… y vuelve.

Creo que el viento busca pretextos para meterse bajo tu falda,
entrar en la luz de tu cuerpo y luego irse sin vergüenza.
Como lo vea le saco la chucha.

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N. del A: ¿antipoema?

viernes

Noche roja

...Era pasada la medianoche cuando todo se dio como estaba planificado, Bruno Junqueira se iba a dormir, al apagar la vela de su dormitorio, entregó inconscientemente, la primera señal que ponía en marcha a Julián. –Este desgraciado me las va a pagar– susurraba Julián entre sus dientes presionados por el odio ciego que lo impulsaba. Fue entonces cuando de un salto traspasó la débil reja de alambres y madera. El ambiente se encontraba especialmente húmedo, como si la naturaleza quisiera ayudarle a cumplir su cometido, logrando que los pasos de Julián, por la hierba y la maleza, fueran silenciosos como un grito en espacio. Entonces recibió la segunda señal: dos ladridos, lanzados con la esperanza de llegar a ser escuchados por el amo Junqueira, fueron acallados súbitamente, nada lograron, solo el silencio quedó nuevamente cubriendo la luna llena que permitía visualizar claramente el recorrido que Julián tenía que realizar, –La naturaleza me ayuda– pensó Julián –entonces he de estar en lo correcto–, reafirmó.

...La piel de Julián se confundía con el negro de la noche, todo estaba funcionando perfecto, el esclavo rebelde se dirigía directamente a los juncos, sí, al más precioso tesoro de Bruno Junqueira. Julián logró llegar, sin mayores inconvenientes excepto por un pedazo de corteza que se le clavó en la planta de un pie produciendo un leve cojeo al andar, sacó su afilado cuchillo, hecho a mano por él mismo para cobrar esta venganza, y comenzó a talar los juncos lentamente, en el más completo silencio.

...Entonces un ruido, un disparo y un grito desgarrador que llamaba a la huida llegó a los oídos de Julián, justo antes que el ensordecedor chillido de las aves mezclado con el ladrido de los perros consumieran el aviso de alerta, que fue lo último que alcanzó a salir de la boca de Jacinto antes de caer herido de muerte a la entrada de la casona. El viento sopló, los sonidos de múltiples pasos envueltos en ladridos que se aproximaban inexorablemente pusieron nervioso a Julián, quien quería llorar a su amigo y hermano, pero no podía, no era el momento, había que correr. Entonces entre los juncos apareció otro humano tan negro como el universo, a quien Julián reconoció, era Juan, –¡Apúrate Julián!, ¡lo mataron!– sollozaba el hermano. Comenzó el devastador arrase de ambos mulatos que sólo buscaban dejar inservible el juncal. Poco después habían logrado ya juntar suficientes juncos, pero los pasos y ladridos que se acercaban significaban un inminente encuentro entre los negros y los guardias del conquistador Bruno Junqueira. Tiraron entonces los juncos recolectados malamente entre aquellos que aún quedaban en pie, rápidamente les prendieron fuego con el pañolín que Julián llevaba alrededor de su cuello, el cual impregnaron de una pólvora robada de otro guardia un par de días antes. Una piedra, una chispa, y el cielo enrojeció. El grito de los juncos, traducido en el vaivén de su lamentoso movimiento, generó que el fuego alcanzara rápidamente una altura que pareciera que quemaba la luna llena. Misma luna que, exactamente un mes antes, había iluminado lo suficiente para que Julián descubriera lo que hacía el Capitán Junqueira con la que fuera su esclava y esposa del negro, Julieta. Esta imagen, junto con el recuerdo de su hermano Jacinto recién muerto, logró cubrir de lágrimas, nuevamente y por última vez, los ojos de Julián, tropiezos al huir –¡Apúrate Julián!, ¡corre!– insistía Juan, el único hermano que le quedaba, quien se encontraba muy apurado para evitar, a toda costa, el inaplazable encuentro con los guardianes, quienes ya notaban las siluetas de ambos rebeldes, abriéndose paso entre la maleza hacia la débil reja de madera que vio entrar a Julián.


...El negro volvió a pisar la misma corteza motivo de su cojera, al caer se dio vuelta justo a tiempo para observar de frente su muerte, sus ojos sumergidos en lágrimas alcanzaron a dilucidar a los guardias, con Junqueira a la cabeza y el reflejo de la luna roja en sus ojos, un cuchillo demasiado similar al suyo, era el de Jacinto… –¡Julieta!– pensó Julián antes de ser asesinado por Bruno y ver como herían de muerte a Juan bajo la última noche que presenciaron los Jorquera.
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N.del A: Cuento creado a partir del trabalenguas:

En el juncal de Junqueira
Juntaba juncos Julián
Juntóse Juan a juntarlos
Y juntos juntaron más

Yendo y viniendo

...Convertirme en tu deseo, ese es mi objetivo y quiero que sea el tuyo. Quiero colmar cada centímetro de tu cuerpo con mis besos.

...Sin caricias, sin manos, empiezo en tu frente, inundándola por completo, me deslizo por cada cabello y llego hasta tu nuca, vuelvo por la línea que marca tu mentón y subo hasta tu oído, beso completa tu cien, tus ojos cerrados, bajo por tu nariz mientras exhalo mis ganas y envuelvo tus labios por sus bordes, tus mejillas, y tu barbilla. Recorro tu cuello poco a poco hasta tus hombros, alcanzo las clavículas de tu cuerpo desnudo y bajo por tu brazo derecho como cayendo por un tubo en forma de espiral a través de tu codo y tu antebrazo; completo cada tendón de tu mano, tus dedos, y uñas, subo por el borde interior alcanzando la unión entre tu axila y tus pechos. Me descuelgo recorriendo su mitad superior por completo hasta llegar al brazo izquierdo, y repito el descenso hasta tus yemas para nuevamente subir y bajar por tus costillas, beso ahora la parte inferior de tu busto, tu estómago, tu cintura deteniéndome en tus caderas. Me dejo caer por tu pierna derecha y beso cada poro que la compone, tu tierno muslo, tu rodilla. Bajo recorriéndote con mi labio superior llegando a cada dedo, beso la planta de tus pies, y mientras subo por el borde interior de tus avenidas te muerdo un poco, sonríes mientras exhalas inquieta, convexa, sabes lo que viene. Beso mansamente tu entrepierna, me demoro más que con el resto, cuando decido alcanzar el trémulo muslo izquierdo que te pertenece, diferente al anterior, más húmedo, sudoroso. Repito la acción, bajo sintiendo como tiritas en ciertos puntos, y vuelvo a besar cada dedo. El ascenso ahora lo realizo por la parte trasera de tus piernas, llego a tus carnosidades traseras, y las beso por completo. Subo a esa unión perfecta donde comienza tu espalda, cerca de tu cintura, y lamo cada gota de sudor que intenta llegar a las sábanas, completo mi recorrido en tu nuca, te volteo y miro tus ojos encendidos de ganas, tus labios hinchados de placer, tu piel brillante, y tus dedos incrustados en la cama. Te rodeo con mi brazo derecho por tu cintura, y con el izquierdo abrazo tu cuello afirmando tu cabeza, acerco a mis labios los tuyos para ver si de esa forma, logras sentir tu delicioso sabor a miel, a caramelo caliente. Si lo logras te enamorarás de ti, sentirás el cielo en cada surco de tu boca, y me besarás como nunca me habías besado, lamiendo nubes, abriendo el espacio, llegando al sol y volviendo a estas sábanas que, húmedas, claman por un poco de paz, que no pensamos entregarles, al menos no todavía, al menos no esta noche.