Crónica de un viaje por cuerdas y tambores
El vitoreo era imparable, entonces, a la hora acordada, las luces se apagaron.Crecimos en voz, ensordecimos la ciudad con manos y bocas que invocaban un solo nombre en común...
Comenzaron a sonar un par de instrumentos, suficiente para sentir como se erizaba cada vello de mis brazos, como subía ese escalofrío por mi espalda hasta llegar a mi nuca, como me tiritaron las piernas e inevitablemente me dejé llevar. Fue una eternidad de luz, de alegría, de baile, de fuego, de sol nocturno, y fiesta.
Luego nos bendijo mientras tocaba la guitarra, nos encomendó a Dios... como si no supiera que gracias a sus cuerdas, me había sentido junto a él hacía más de dos horas.
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