El vago
"Que simpático dueño de las calles”, pensaba mientras no podía despegar mis ojos de la holgura con que dormía, él, que pide limosnas sin hablar, que sobrevive acompañando a su reflejo, que se conforma con ese poco de cariño que le puede entregar una piedra o un palo perdido. Que comenzó su vida trashumante apenas nacido, que ha vivido inviernos más áridos y veranos más inundados de soledad, que ladra con fiereza pero moviendo su cola, esa cola que arrastra cuanta pelea y arranque puedas imaginar.
Entonces despertó, me observó durante un par de segundos, y corriendo tuve que partir para evitar que esa vez, que también movía la cola mientras me perseguía, no fuera con motivos tan amigables como los que pensé antaño.
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