viernes

Noche roja

...Era pasada la medianoche cuando todo se dio como estaba planificado, Bruno Junqueira se iba a dormir, al apagar la vela de su dormitorio, entregó inconscientemente, la primera señal que ponía en marcha a Julián. –Este desgraciado me las va a pagar– susurraba Julián entre sus dientes presionados por el odio ciego que lo impulsaba. Fue entonces cuando de un salto traspasó la débil reja de alambres y madera. El ambiente se encontraba especialmente húmedo, como si la naturaleza quisiera ayudarle a cumplir su cometido, logrando que los pasos de Julián, por la hierba y la maleza, fueran silenciosos como un grito en espacio. Entonces recibió la segunda señal: dos ladridos, lanzados con la esperanza de llegar a ser escuchados por el amo Junqueira, fueron acallados súbitamente, nada lograron, solo el silencio quedó nuevamente cubriendo la luna llena que permitía visualizar claramente el recorrido que Julián tenía que realizar, –La naturaleza me ayuda– pensó Julián –entonces he de estar en lo correcto–, reafirmó.

...La piel de Julián se confundía con el negro de la noche, todo estaba funcionando perfecto, el esclavo rebelde se dirigía directamente a los juncos, sí, al más precioso tesoro de Bruno Junqueira. Julián logró llegar, sin mayores inconvenientes excepto por un pedazo de corteza que se le clavó en la planta de un pie produciendo un leve cojeo al andar, sacó su afilado cuchillo, hecho a mano por él mismo para cobrar esta venganza, y comenzó a talar los juncos lentamente, en el más completo silencio.

...Entonces un ruido, un disparo y un grito desgarrador que llamaba a la huida llegó a los oídos de Julián, justo antes que el ensordecedor chillido de las aves mezclado con el ladrido de los perros consumieran el aviso de alerta, que fue lo último que alcanzó a salir de la boca de Jacinto antes de caer herido de muerte a la entrada de la casona. El viento sopló, los sonidos de múltiples pasos envueltos en ladridos que se aproximaban inexorablemente pusieron nervioso a Julián, quien quería llorar a su amigo y hermano, pero no podía, no era el momento, había que correr. Entonces entre los juncos apareció otro humano tan negro como el universo, a quien Julián reconoció, era Juan, –¡Apúrate Julián!, ¡lo mataron!– sollozaba el hermano. Comenzó el devastador arrase de ambos mulatos que sólo buscaban dejar inservible el juncal. Poco después habían logrado ya juntar suficientes juncos, pero los pasos y ladridos que se acercaban significaban un inminente encuentro entre los negros y los guardias del conquistador Bruno Junqueira. Tiraron entonces los juncos recolectados malamente entre aquellos que aún quedaban en pie, rápidamente les prendieron fuego con el pañolín que Julián llevaba alrededor de su cuello, el cual impregnaron de una pólvora robada de otro guardia un par de días antes. Una piedra, una chispa, y el cielo enrojeció. El grito de los juncos, traducido en el vaivén de su lamentoso movimiento, generó que el fuego alcanzara rápidamente una altura que pareciera que quemaba la luna llena. Misma luna que, exactamente un mes antes, había iluminado lo suficiente para que Julián descubriera lo que hacía el Capitán Junqueira con la que fuera su esclava y esposa del negro, Julieta. Esta imagen, junto con el recuerdo de su hermano Jacinto recién muerto, logró cubrir de lágrimas, nuevamente y por última vez, los ojos de Julián, tropiezos al huir –¡Apúrate Julián!, ¡corre!– insistía Juan, el único hermano que le quedaba, quien se encontraba muy apurado para evitar, a toda costa, el inaplazable encuentro con los guardianes, quienes ya notaban las siluetas de ambos rebeldes, abriéndose paso entre la maleza hacia la débil reja de madera que vio entrar a Julián.


...El negro volvió a pisar la misma corteza motivo de su cojera, al caer se dio vuelta justo a tiempo para observar de frente su muerte, sus ojos sumergidos en lágrimas alcanzaron a dilucidar a los guardias, con Junqueira a la cabeza y el reflejo de la luna roja en sus ojos, un cuchillo demasiado similar al suyo, era el de Jacinto… –¡Julieta!– pensó Julián antes de ser asesinado por Bruno y ver como herían de muerte a Juan bajo la última noche que presenciaron los Jorquera.
_________________________
N.del A: Cuento creado a partir del trabalenguas:

En el juncal de Junqueira
Juntaba juncos Julián
Juntóse Juan a juntarlos
Y juntos juntaron más

Yendo y viniendo

...Convertirme en tu deseo, ese es mi objetivo y quiero que sea el tuyo. Quiero colmar cada centímetro de tu cuerpo con mis besos.

...Sin caricias, sin manos, empiezo en tu frente, inundándola por completo, me deslizo por cada cabello y llego hasta tu nuca, vuelvo por la línea que marca tu mentón y subo hasta tu oído, beso completa tu cien, tus ojos cerrados, bajo por tu nariz mientras exhalo mis ganas y envuelvo tus labios por sus bordes, tus mejillas, y tu barbilla. Recorro tu cuello poco a poco hasta tus hombros, alcanzo las clavículas de tu cuerpo desnudo y bajo por tu brazo derecho como cayendo por un tubo en forma de espiral a través de tu codo y tu antebrazo; completo cada tendón de tu mano, tus dedos, y uñas, subo por el borde interior alcanzando la unión entre tu axila y tus pechos. Me descuelgo recorriendo su mitad superior por completo hasta llegar al brazo izquierdo, y repito el descenso hasta tus yemas para nuevamente subir y bajar por tus costillas, beso ahora la parte inferior de tu busto, tu estómago, tu cintura deteniéndome en tus caderas. Me dejo caer por tu pierna derecha y beso cada poro que la compone, tu tierno muslo, tu rodilla. Bajo recorriéndote con mi labio superior llegando a cada dedo, beso la planta de tus pies, y mientras subo por el borde interior de tus avenidas te muerdo un poco, sonríes mientras exhalas inquieta, convexa, sabes lo que viene. Beso mansamente tu entrepierna, me demoro más que con el resto, cuando decido alcanzar el trémulo muslo izquierdo que te pertenece, diferente al anterior, más húmedo, sudoroso. Repito la acción, bajo sintiendo como tiritas en ciertos puntos, y vuelvo a besar cada dedo. El ascenso ahora lo realizo por la parte trasera de tus piernas, llego a tus carnosidades traseras, y las beso por completo. Subo a esa unión perfecta donde comienza tu espalda, cerca de tu cintura, y lamo cada gota de sudor que intenta llegar a las sábanas, completo mi recorrido en tu nuca, te volteo y miro tus ojos encendidos de ganas, tus labios hinchados de placer, tu piel brillante, y tus dedos incrustados en la cama. Te rodeo con mi brazo derecho por tu cintura, y con el izquierdo abrazo tu cuello afirmando tu cabeza, acerco a mis labios los tuyos para ver si de esa forma, logras sentir tu delicioso sabor a miel, a caramelo caliente. Si lo logras te enamorarás de ti, sentirás el cielo en cada surco de tu boca, y me besarás como nunca me habías besado, lamiendo nubes, abriendo el espacio, llegando al sol y volviendo a estas sábanas que, húmedas, claman por un poco de paz, que no pensamos entregarles, al menos no todavía, al menos no esta noche.