jueves

A tres metros de distancia

...Felipe se encontraba recostado sobre la cama a unos pocos pasos de la puerta de su habitación, la luna llena entraba en esa fecha por la ventana del costado, iluminándola… Sin embargo, y a pesar que la observaba fijamente, su mente estaba en otro lado, mucho más lejos.

...Los tres metros de distancia, entre su cama y la puerta, sólo graficaban la real distancia entre él y Antonia; eran tantos los kilómetros de separación como pensamientos de ella llegaban a su cabeza por minuto; y ahí estaba dicha puerta, cerrada, inmóvil, estática, tan quieta que incluso provocaba una leve tensión en el solitario ambiente.

...Suspiró por última vez y decidió ir por ella, sin importar la distancia o la dificultad. Se sentó poniendo ambos pies descalzos en el suelo de madera, se levantó sintiendo el peso de su cuerpo sobre el piso. La puerta ya estaba un poco más cerca – “No te ves tan grande ahora”– pensó. Cuando dio el primer paso sintió los dedos de los pies como verdaderas piedras, toscos y pesados, no logró levantarlos. Hizo un segundo intento, con mucha más fuerza, cuando escuchó el tronar de esos dedos que, pegados al suelo, ahora podían observar la pierna que se había apartado de ellos. Felipe no podía creerlo.

...El paso ya había comenzado y necesitaba seguir avanzando, intentó saltar con el otro pie pero éste no se despegó del suelo, desequilibrándolo aún más y provocando que apoyara directamente el tobillo hecho pedazos en el suelo. El dolor fue inmenso, sólo comprable al que sintió cuando su otro pie, al levantarse por el impulso, también se partiera en dos, como si su cuerpo estuviera compuesto por una delgada lámina de hielo.

...Cayó de rodillas a un par de metros de la maldita puerta que en silencio también observaba la situación.

...Al continuar avanzando, sus pantorrillas se pulverizaron, lo que lo obligó a apoyar sus manos en el suelo. Arrojó un grito de dolor como el que nunca había lanzado y, perdiendo nuevamente el equilibrio, intentó reacomodar sus manos en el suelo, provocando otra fractura más en su cuerpo que se desangraba; Felipe había perdido ahora ambas manos y sus muñecas.

...Mareado, adolorido, y a un poco más de un metro y medio de la puerta, intentó empujarse con los muslos, que también colapsaron, botando sus caderas al suelo. El golpe fue tan grande como el aullido de sufrimiento, Felipe no se explicaba por qué nadie había subido en su ayuda.

...Forzó sus brazos para moverse hacia adelante, desprendiéndose de ellos por completo. Su cabeza golpeó el suelo de tal forma que la madera se quebró en el lugar del impacto.

...Así, sin extremidades y sólo con la fuerza de su cuello logró que la cabeza moviera su cuerpo en dirección al, ahora gigantesco, objetivo. Su torso se disolvió como arena, desgarrando su piel, desapareciéndolo poco a poco, destrozando también su mentón y el costado de la cara que apoyaba para avanzar. Felipe no se rindió, pero tampoco lo logró.

...Miles de kilómetros separaban la puerta de la cama de Felipe, pero no tantos como emociones de desolación sentía desde que ella había partido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

QUIEN SUFRE MAS EL QUE SE QUEDA O EL QUE SE VA????